Leyendas tripolitanas - El Coleccionista de Desiertos
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Leyendas tripolitanas

Al cruzar el arco que hay junto a la Plaza de los mártires y entrar en la medida de Trípoli se tiene la sensación de que el tiempo se ha parado y se adentra en alguno de los cuentos de Sherezade, aquellos de las 1001 noches que empezaban así:

Erase que se era un pueblo que llevaba muchos muchos años en guerra, tantos que ya no recordaban como era la paz ni porqué estaban combatiendo, Cada día, al atardecer resonaban con mas fuerza cada vez las explosiones de la artillería y los disparos de los combatientes, pero había un lugar en el interior de las murallas del Castillo rojo, donde no llegaban nunca los combates. En su interior, la llamada del almuédano a la oración se elevaba siempre por encima de las explosiones.

Dentro, junto a la torre del reloj, se concentraba el mercado negro de la ciudad y decenas de hombres hormigueaban al sol transportando carretillas llenas de dinero. En una calle próxima se oía el repiqueteo de los martillos de los orfebres y desde allí se accedía a un laberinto de calles con miles de puestos, talleres, tenderetes y fumaderos de shisha. A las deslumbrantes calles del oro le sucedía una de finísimas y mas adelante la de los vendedores de telas con trajes y decoraciones para gustos mmmuy rebuscados.

Pues en ese laberinto de calles, cerca del arco romano de Marco Aurelio vivió hace mucho tiempo el cónsul británico Hanmer Warrington con su hija Emma. Fue durante la época de las grandes exploraciones cuando desde la medina partían las caravanas de camellos hacia el sur en busca de Tombuctú, la perla del desierto. Es la historia de un amor loco, verdadero, apasionado y triste. La pobre Emma cayó locamente enamorada de uno de aquellos aventureros, Gordon Laig, que la atrapó en su mundo de sueños. Se casaron el mismo que partía hacia el desierto en busca de la gloria y nunca mas volvió, que lo mataron al salir de Tombuctú, pero ella no perdió las esperanzas de que un día regresara y siempre le esperó.

Cuenta la leyenda que todavía, las noches de brillante luna se puede oir su llanto desconsolado por toda la medina.

En fin que he escrito esta chorrada porque estamos en la quinta semana de cuarentena y desde el primer dia estoy deseando regresar a Tripoli

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